MARÍA AUGUSTA ROJAS
Docente de Idiomas
Quiero compartir con ustedes algunas ideas que me rondan la cabeza últimamente, sobre algo que ha transformado nuestras vidas casi por completo en los últimos veinte años: cómo la tecnología ha moldeado la forma en que nos comunicamos adultos y jóvenes. Llevo más de veinticinco años enseñando inglés aquí en mi querida capital ecuatoriana, y he sido testigo directo de cómo estos cambios se han ido metiendo poquito a poco en nuestro día a día, tanto en las aulas como en nuestros hogares.
No me vendo los ojos desconociendo que la tecnología nos ha abierto un mundo de posibilidades para comunicarnos mejor, eso es innegable. Los chicos de ahora viven en un entorno digital donde el celular, las redes sociales y las aplicaciones para chatear son su pan de cada día. Para ellos, comunicarse así es como respirar, algo automático. Pero, esta realidad a menudo choca con nuestra manera, la de los adultos, padres o profes, de comunicarnos y de entender lo que pasa a nuestro alrededor.
Algo que me preocupa y que veo con frecuencia es esa insistencia de los chiquillos por tener el último grito de la tecnología. Entiendo que quieran estar a la moda o no sentirse excluidos por sus amigos. Pero, creo que es nuestra labor guiarles para que vean que las cosas valen por mucho más que por ser lo último, y que hay que usar la tecnología con cabeza. No siempre lo más caro o lo más nuevo es lo que realmente necesitamos.
Por otro lado, a nuestros jóvenes les urge que les echemos una mano, que los orientemos en este universo digital que a veces parece ser infinito. Necesitan aprender a comunicarse bien, a ser buenos ciudadanos digitales y a cuidarse de los peligros que hay en línea. Y ahí es donde los profesores jugamos un papel importantísimo. Sin embargo, esto no es sencillo. La Ley de Educación, con toda su buena intención de proteger a los estudiantes, a veces nos ata las manos cuando queremos enseñarles disciplina de verdad, aunque sea desde el amor. Nos encontramos en una situación delicada donde cualquier intento de poner límites o corregir algo puede verse como vulneración de derechos.
Esto me preocupa especialmente cuando hablamos de cómo se comunican en línea. ¿Cómo les enseñamos a ser respetuosos en sus conversaciones digitales, a saber, qué información es verdad y cuál no, o a proteger su privacidad si no tenemos las herramientas para guiarlos? La falta de reglas claras y de consecuencias a veces nos hace muy difícil la tarea de educar de forma integral a nuestros jóvenes y niños.
Creo firmemente que debemos encontrar un equilibrio. La tecnología puede ser una maravilla para unir a las generaciones, para aprender cosas nuevas y para explorar ideas. Pero también puede ser un arma de doble filo si no la usamos con cuidado y pensando en las consecuencias. Necesitamos hablar más entre jóvenes y adultos, tratar de entender cómo ve cada uno las cosas y encontrar puntos en común.
Padres y profesores, tenemos una misión muy importante: guiar a nuestros jóvenes en este nuevo mundo digital. Esto no solo significa darles las herramientas, sino también enseñarles a usarlas de forma correcta, segura y pensando en los demás. Tenemos que hablar más cara a cara, valorar esas conversaciones que significan algo y recordarles que la tecnología es solo una herramienta, no el objetivo final.
Jóvenes, les invito a pensar en cómo la tecnología está afectando sus vidas y sus relaciones. A valorar la experiencia y la sabiduría de sus padres y profesores, quienes, aunque no nacimos con un chip digital, tenemos mucho que compartir en cuanto a valores, principios y cómo navegar por la vida.
Encontrar un punto medio en esta era digital es un reto que tenemos que superar juntos. Hablando, entendiéndonos y poniendo todos de nuestra parte, estoy segura de que la tecnología puede ser algo bueno para la comunicación entre jóvenes y adultos, fortaleciendo nuestras familias y haciendo que la educación sea aún mejor.
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