MARÍA BELÉN MIELES AVILÉS
Abogada, Máster en Derecho Penal
El balotaje presidencial de 2025 en Ecuador no solo enfrentó a dos candidatos, dos ideologías y políticas de gobierno antagónicas, sino que marcó el inicio de una nueva forma de comunicación en la política ecuatoriana. Dejando por fuera el pésimo formato del debate y los discursos tradicionales, fue en las redes sociales donde realmente se libró la batalla electoral donde sin duda alguna los votantes se decantaron por uno de los candidatos. Nunca en la historia republicana de nuestro país se había visto una campaña tan enfocada en lo digital y en la imagen del candidato.
Plataformas como TikTok, Instagram y X se convirtieron en los espacios principales de campaña. No se trató solo de publicar videos, sino de crear una narrativa constante: mostrar cercanía, empatía, hasta el lado más “humano” del candidato. Y eso, guste o no, funcionó. Mucha gente —especialmente jóvenes— siguió la campaña más por su “viralidad” que por los planes de gobierno de los candidatos.
Un aspecto que me llamó mucho la atención fue cómo cada candidato adaptaba su mensaje según el público. En redes mostraban una cosa, en entrevistas otra, y en mítines algo completamente distinto. Esa estrategia, conocida como microsegmentación, permite llegar a cada grupo con un mensaje diseñado casi a la medida. Puede ser efectiva, sí, pero también peligrosa, porque al final no sabes cuál es la verdadera postura del candidato.
Otro de los problema graves fue la profunda desinformación. Durante el balotaje, circularon las populares “fake news”, audios manipulados y los famosos “trolls” que desdibujaron la imagen de los candidatos, la percepción de nosotros como votantes, deformando el concepto de campaña electoral. Lamentablemente, y esta es una opinión muy personal, ha sido la campaña más agresiva que he vivido, en donde las redes sociales se convirtieron en una “deep web”. Esto perjudica no solo a los candidatos, sino a la confianza general en un proceso democrático histórico.
También debo decir que esta forma de hacer campaña deja poco espacio para el debate profundo. Muchos temas clave, como la seguridad, el empleo juvenil o la educación, se mencionaron en frases de impacto, pero sin contenido sólido. Todo giraba en torno a quién generaba más “likes”, y no a quién tenía el mejor plan de trabajo, o cuales eran las mejores propuestas de políticas públicas en torno a la seguridad interna del país, al éxodo escolar en la costa ecuatoriana, al combate frontal a los grupos de delincuencia organizada (GDO).
Aun así, no todo es negativo. La nueva comunicación política ha motivado al debate público dentro de varios sectores de la sociedad civil, fortaleciendo la participación ciudadana. También ha permitido una mayor interacción entre candidatos y ciudadanía, esa cercanía, ese carácter de “personal” entre el presidenciable y el electorado rompiendo esa barrera humana para convertirse en ubicua o multiversal. (Campaña cartón imagen del presidente Noboa).
Ha facilitado que jóvenes y sectores históricamente alejados de la política se involucren y expresen. El desafío es convertir esta participación efímera en compromiso cívico sostenido, donde prevalezca el derecho que tenemos como ciudadanas y ciudadanos al voto informado.
El importante reto ahora es cómo equilibrar esta inmediatez con responsabilidad. No podemos seguir eligiendo solo pensando en el “carisma digital”. Necesitamos una ciudadanía más crítica, medios de comunicación que verifiquen y contrasten, y políticos que no se escuden en la forma para ocultar el fondo.
El balotaje de 2025 fue el vivo ejemplo de la nueva comunicación política en el Ecuador, demostrando que quien domina el relato digital tiene el pase seguro a Carondelet, pero también, corremos el riesgo de que la democracia se vuelva una puesta en escena, vacía de contenido.